En el santuario que venera a la deidad de San La Muerte, se encuentra ubicado en inmediaciones de Parada Coco, cerca de Empedrado, por Ruta Nacional Nº 12. La creencia en el santo pagano viene aumentando año tras año. Este santuario desde hace unos años a esta parte ha estado creciendo y ganado la confianza de los adeptos merced a su singular historia y también al buen manejo de sus cuidadores, la familia Barrios.
Tanto el San La Muerte a quien se festeja el 15 de Agosto como el «Señor La Muerte» cuya fecha de homenaje es el 20 de Agosto , se han extendido por la propia movilidad humana y comunicacional a distintos puntos del país y de países limítrofes. El origen de ambos se remonta a la conquista española y particularmente con la venida de las Misiones Franciscanas y Jesuíticas.
En Corrientes existe un templo que, desde hace 34 años, cuida y administra Juanita Barrios, una lugareña. A San la Muerte se lo venera predominantemente en Corrientes, Chaco, Misiones y Formosa. Su objeto es el de conseguir trabajo o de no perderlo; hallar cosas perdidas; obtener el amor de alguien, vengarse de un desaire, de una afrenta, de un mal recibido o por no ser correspondido afectivamente.
La devoción hacia este santo pagano surgió hace más de un siglo por el descubrimiento de Manuel Hilario Barrios y fue creciendo con el paso del tiempo.
Por la pandemia nuevamente se suspendieron todas las actividades festivas que año tras año convocaba a un centenar de personas provenientes de diferentes lugares del país.
En Parada Coco se realiza la celebración desde hace unos 107 años cuando su abuelo Manuel Hilario encontró una caja de fósforos a la orilla del río, en la zona de Derqui.
Juana Barrios quien, junto con su mamá Cándida y sus hermanos, integra la custodia de la capilla que alberga la reliquia del santo, como también imágenes de San Antonio, Santa Catalina, entre otros santos.
Es que la festividad se concentra donde se construyó la capilla en la que están tanto el Señor de la Buena Muerte como varias imágenes más.
Como nació la leyenda
La historia arranca cuando el abuelo Lorenzo, recorriendo el campo en un obraje en el Chaco hallo un pequeño bulto de trapo conteniendo dos imágenes: una desconocida y otra de San Antonio.
Sin darle mayor importancia este hombre guardo ambos elementos en una caja y lo llevo a su casa.
Allí dejo la caja en un baúl y la olvido.
Unos años después en circunstancias que este hombre atravesaba momentos difíciles por las noches se oía un incesante golpeteo.
Presa de natural inquietud comenzó a rastrear la fuente del sonido y para su sorpresa dentro del mueble en un rincón olvidado se encontraba la caja, quien inmediatamente de tocada, ceso sus golpes.
Sin dar crédito a la evidencia, dejo la misma, pero a la noche siguiente repitió sus golpeteos.
El hombre preocupado por este fenómeno finalmente opto por sacar del armario la cajita y colocar ambos santos en su mesita de luz.
La esposa de este hombre, profundamente católica, con diligencia construyo un pequeño relicario y coloco dentro ambas imágenes.
A las dos horas de efectuada esta acción se les aparece una aborigen que les informó quien era el santo incógnito revelándoles que era San La Muerte.
Todo esto sucedió en el obrador en la provincia del Chaco, en una zona muy pobre y olvidada de Dios hará mas de un siglo atrás, cuando los aborígenes y los pobres eran fuertemente explotados y sometidos por los poderosos y la justicia al igual que la policía estaban al servicio de los que tenían dinero.
Manifestaciones de San La Muerte
Desde ese día comenzó la acción tutelar de San La Muerte en esta familia. Al principio, cuando don Lorenzo y su esposa regresaron a Corrientes, mediante la devoción familiar, centrándose el culto de agradecimiento cada 20 de agosto, fecha en que la aparición de la aborigen revelo el carácter del Santo. Poco a poco los vecinos de la familia Barrios fueron acercándose y rogándole al santo por sus vaquitas perdidas.
Cuenta la tradición centenaria de esta familia que según se mostraba la “flor” de la vela (el pabilo y su llama) se sabia inmediatamente si el animal extraviado estaba vivo o muerto, con una certeza casi infalible, Don Lorenzo incluso daba las señas de donde hallar a los animales perdidos en base a esta manifestación del santo para con sus devotos. Muchos campesinos y humildes agricultores salvaron así a sus familias del hambre y cada vez que había devoción se iban acercando y agregando al núcleo fundacional de los devotos. Al mismo tiempo se fueron incorporando las ofrendas al santo, en forma de velas.
A inicios de este siglo XXI los casos atribuidos al santo ya sumaban un grueso corpus de anécdotas que aun no se han recopilado (pero que se piensa hacer en breve) pues el santo siempre fue muy eficaz con los problemas de dinero, salud y amor. Antonio, un integrante de la familia Barrios quien reside en Buenos Aires y suele organizar en agosto a los peregrinos de esa provincia nos refiere.
Este detalle no es menor, porque a diferencia de otras devociones a este mismo santo, en Empedrado no se aceptan velas negras, usadas en rituales para hacer daños o maldades. Estan absolutamente prohibidas y en nuestra recorrida en agosto pasado y en estos meses subsiguientes jamas vimos ni uno de estos signos negativos que han marcado una leyenda negra que no siempre es correcta. Antonio nos recalca “Nosotros seguimos la tradición de mi abuelito, un hombre bueno que jamas se presto para el mal, y creemos que el santo tampoco hace o esta para ello”.
Los peregrinos agradecen generosamente no solo al santo sino también a sus cuidadores y gracias a eso el santuario crece cada día mas. Ellos no cobran por entrar ni por participar, solo reciben humildemente el aporte que agradecidos promeseros les hacen. Es de destacar que en los espectáculos que se hacen en Agosto u en otros meses, donde los chamameceros, cantantes y bailarines ofrendan su arte gratuitamente a San La Muerte.
La devoción hacia el santo está mas dictaba por el corazón que por los rituales. Salvo una oración específica, para rogarle o agradecerle a San La Muerte, no hay un culto especialmente diseñado ni una liturgia especial. En la pequeña capilla de San La Muerte está, en un relicario esplendoroso de luz y fuerza, el santo: una minúscula figurilla de oro de apenas dos pulgadas de alto realizada en una técnica de bajorrelieve y al lado suyo una medallita también áurea de San Antonio. En la capilla además conviven las Vírgenes de Itatí y otras junto a varios santos que armoniosamente dan su bendición y mensaje ecuménico de paz y amor a los feligreses. Completa la imagen un mural de tres lados que poseen como personajes a aborígenes, en homenaje a la visión de la indígena que ilustró a Don Lorenzo.
¿Quien es San La Muerte?
La tradición mas esotérica y que rara vez ha trascendido las fronteras de la mas estricta intimidad nos hablan de un monje que además ejercía la medicina entre los pobres y los aborigenes, acusado de curandería y brujería fue perseguido en esta provincia de Corrientes y dio con sus huesos en la cárcel. Los poderosos de entonces -haría mas de doscientos cincuenta años a la fecha- se encargaron de que tuviera un proceso injusto y cruel pese a su estado eclesiástico. Como pertenecía probablemente a la orden de los jesuitas o de los franciscanos, la curia de entonces no le presto apoyo y dejo que se le condenara a la prisión mas rigurosa debido a las circunstancias políticas del viejo imperio de los reyes españoles que estaba desplomándose en una lucha interna.
El monje cuyo nombre fue olvidado en las arenas del tiempo, dio con sus huesos en la prisión virreynal, cerrándose la puerta a cal y canto. Por debajo de la puerta se le fue pasando la comida desde el día de su encarcelamiento (un 13 de agosto) y cuando fueron a constatar su estado el 20 de agosto (es decir ocho días después) para darlo al brazo secular para su tormento publico, se hallaron con un espectáculo horripilante: nada quedaban del monje, salvo un desnudo esqueleto que al momento de entrar sus captores a verlo, debido al alboroto que de armo, movió una mano y apunto a su principal inquisidor. Pálido de muerte este hombre fallecería poco después presa de torturados pensamientos. Poco a poco sus perseguidores caerían presa de misteriosas enfermedades que el pueblo llano atribuyo a la justicia divina por la profanación de un hombre bueno.
Pero si bien el nombre del monje ha caído en el olvido, no así su acción caritativa y cristiana entre los parias, los pobres, los aborígenes y los leprosos de su época. Boca a boca a través de los siglos fue relatándose su leyenda de martirio e incomprensión, su acción bienhechora y su amor al prójimo.
Al milagro de su aspecto esquelético se le dio la denominación de San La Muerte. Toda referencia histórica fue eliminada por la Iglesia y los señores de entonces siendo virtualmente imposible hallar documentos que de fe cierta del proceso y encarcelamiento del monje; pero la tradición popular se mantuvo como una memoria oral intocable e imperecedera y el santo ha regresado del olvido, poco a poco y cada día con mas fuerza para dar su mensaje a los desesperados y atribulados de esta provincia atravesada por un feudalismo recalcitrante y por la injusticia hacia los desposeídos desde siempre. No es casual el desprecio y la ignominia a la que se le ha querido atribuir a San La Muerte, a la negativa de la Iglesia a cobijar a sus creyentes y del poder, a ignorarlo mientras se favorecen otros cultos que no les son perniciosos para mantener la mansedumbre y dominio de los sumisos.
San La Muerte tiene su leyenda negra, pero es comprensible, su aspecto aterrador y su vinculación con la cercanía de la muerte, ese temor horrible destino común a todos los mortales. Pero lejos de ser algo maligno o perverso San La Muerte -según sus devotos mas fieles- propicia la vida, ayuda al bien morir (en lo espiritual y físico) y a los perseguidos injustamente a los enfermos del cuerpo y del corazón los cobija en los momentos mas difíciles y duros. Y ellos después regresan para darle las gracias y testimoniar en una prueba de fe que va desde una vela encendida o un cigarrillo en el altar, a las bebidas, los facones y otras demostraciones de devoción que desde su urna de cristal el santo acepta en silencio y con una eterna sonrisa mas enigmática que la de la Gioconda.
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